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Las Pequeñas Paranoyas de Motagirl

Experimental XLIII

"El señor S. debe  morir"

El señor C. volvió a  leer el fax un par de veces más, antes de hacerlo una bolita  y tirarlo por la ventanilla. Joder, menuda gracia le hacía tener que currar el día del cumpleaños de su hija. Probablemente las seis velitas arderían ya encima la tarta, y allí estaba él, pasando frío como un gilipollas dentro del coche. Cuando salió de casa apresuradamente, su esposa acababa de ponerle a la niña unos lacitos de terciopelo verde  en el pelo, destacando contra sus encantadores tirabuzones rubios. Esa niñita era un ángel.

"En cincuenta metros, llegada  a su destino"

La vocecilla femenina del GPS lo sacó de sus pensamientos. Intentó imaginarse el aspecto de la señorita que grabó todas aquellas frases. ¿Tendría familia? ¿Una señora bajita o una chica alta quizás? ¿Con pelo corto? ¿Rubia o morena? Siempre se la había imaginado como una oficial de las SS. Hilde, Gerda,  Irna, o algo así.

Avistó un aparcamiento perfecto, justo en la acera opuesta a su destino. Parecía una señal. Un aparcamiento del tamaño idóneo, en el sitio perfecto y semioculto por un par de contenedores de basura. Se dirigió lentamente hacia allí y comenzó a maniobrar. Cuando terminó, apagó los faros y encendió un cigarrillo. Y el señor C. comenzó a esperar. Con suerte llegaría a tiempo para darle las buenas noches a su niña.

Entonces lo vió a lo lejos, caminando junto a los muros.

El señor S. se dirigía a casa. Le hubiera gustado decir que se dirigía a su hogar, pero aquel antro maloliente dificilmente hubiera aceptado aquel calificativo. Al menos le quedaba el consuelo de que no tener que compartirlo con nadie que pudiera juzgarlo. Sólo algún vecino demasiado borracho como para encontrar el agujero inmundo en el que vivía, y sólo de vez en cuando. Esperaba al menos que el tipo que esperaba en su puerta no fuera policía. O mejor aún, que no estuviera  esperándole a él. Sí, sí. Eso era. Seguro que sólo estaba allí esperando a otra persona. Además, no tenía pinta de policía. Sacó la llave, y se dispuso a abrir la puerta.

El señor C. dio un par de caladas más a su cigarillo antes de apagarlo y guardar el filtro en el bolsillo de su abrigo.

El señor S. abrió la puerta, puso un pie dentro de su casa, y volvió la vista justo a tiempo de ver al desconocido de la calle sacar la mano del bolsillo. Pero la mano enguantada no estaba vacía.

*fshk*

*fshk*

*fhsk*

El silenciador del arma del señor C. había cumplido  con  su trabajo a la perfección, convirtiendo  unos potencialmente ruidosos "bang bang" en unos discretos "fshk fshk". El señor C. empujó con un pie el cadáver del señor S. tras la puerta, y la cerró.

Se miró el reloj. Había acabado antes de lo previsto. Seguro que llegaría a tiempo de comerse un pedacito de tarta con  su hija y su mujer y darle su regalo. Incluso podría parar delante de alguna de las decenas de los puestecillos de flores que abrían incluso de noche, y comprarles un par de ramilletes de rosas. Subió al coche y arrancó.

"A treinta  metros, gire a la derecha"

Hilde volvía a obrar su magia.

 

1 comentario

glog -

me encanta ^^