Experimental XXXVII
No necesitaba valium.
No necesitaba prozac.
Sólo necesitaba plantarse delante, junto al amplio ventanal de luz de otoño, señalarle entre los ojos con el dedo, y gritarle al oído las doscientas verdades que ambos sabían pero ninguno se había atrevido a decir en voz alta, como si hacer aquello fuera a invocarlas, traerlas y atarlas a ellos como un lastre invisible.
No necesitaba joyas, ni vino, ni rosas.
Sólo necesitaba machacarlo hasta que se derrumbase. Destrozarlo hasta que también explotase.
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